¿Qué sería no parir? (Un ejercicio de empatía y discernimiento)

Escribe: Gabriel Acosta Ponce De León

El piloto Günther Anders, que tiró la bomba a Hiroshima, se preguntaba: “¿Cómo hablar de aquello que se resiste a ser pensado, cuando sabemos que ocurre en realidad?”. Esta pregunta podrá sonar a lago que va más allá de la experiencia inmediata, sin embargo ocurre a cada instante y es que el mundo está lleno de experiencias que sobrepasan aquello que somos capaces de racionalizar, lo lógico a muchas de estas situaciones es que nos sucedan reacciones impulsivas, torpes o estúpidas.

Los hechos ocurridos hace poco en la provincia de Jujuy, donde una niña de 12 años que cursaba su sexto mes de embarazo, producto de la violación de un vecino de 60 años, pusieron en vilo a la sociedad y reavivaron el debate del aborto, las reacciones por supuesto no se dejaron esperar entre aquellos que buscan “salvar las dos vidas” y los que quieren “el aborto legal, seguro, irrestricto y gratuito”. Se vieron dos posiciones enfrentadas en quienes pedían la continuación del embarazo ante el grado avanzado del mismo, y aquellos que pedían el aborto incluso con este avance.

Siguiendo con nuestra pregunta inicial, “¿cómo hablar de aquello que se resiste a ser pensado cuando sabemos que ocurre en realidad?”: En mi opinión, debemos partir de lo que implica una violación, uno de los mayores ultrajes al ser humano sea mujer u hombre, pero que sobre todo por su indefensión lo sufren los niños, y que genera escozores e indignación en cualquier persona que tuviera todas sus facultades sanas. Es por ello que a partir del caso FAL, la jurisprudencia argentina cimentó la no punibilidad en tres causales, la opción y posibilidad del aborto (a saber violación, salud materna, inviabilidad fetal). Por supuesto que no asumo que lo jurídico deba confundirse con lo moral.

Si partimos del hecho de que el aborto es una tragedia, y por supuesto un drama, ya que nadie aborta feliz, no podemos sino querer su erradicación y de ser necesario sólo en aquellos casos excepcionales y terribles dentro de un plazo razonable.

Y este último punto ha sido uno de los argumentos más esgrimidos por el feminismo hegemónico en el debate por el llamado proyecto de “Interrupción Voluntaria del Embarazo”, que buscaba llevar el aborto de forma libre bajo cualquier circunstancia hasta las 14 semanas. Es insoslayable que en las exposiciones del senado se postularon cuestiones como la falta de desarrollo del sistema nervioso, la inviabilidad fetal si se lo llegara a sacar del vientre materno siendo parte del cuerpo de la mujer, en suma, argumentos que aducen la falta de desarrollo de la persona por nacer.

Entonces llama la atención, cómo estos mismos argumentos chocan y se contradicen por los mismos que los propinaron en las exposiciones del Congreso de la Nación, organizaciones como Fundación Huesped, que expresaron su indignación porque a la niña violada se le practicó una cesárea y no un aborto. Sin mencionar muchos colectivos feministas que pedían el aborto incluso en estas circunstancias y la actuación pésima del gobernador Morales (UCR) que pretendía avalar la aplicación del protocolo en una primera instancia.

Una de las frases más repetidas por estos sectores fue “¡Quieren obligar a parir!” También la misma Fundación Huesped habló de “maternidad forzada” ¿Pero cómo entender esto? Debiéramos entonces generar empatía con este sector -y antes que me lluevan los tomates de algún pro-vida acérrimo-, compréndase por empatía como la capacidad de ponerse en el lugar del otro, lo que a fin de cuentas es una actitud de conocimiento y no algo que sea bueno por sí mismo.

 Y es que, para estos sectores, el aborto es un derecho subjetivo, una facultad total de la mujer. Entonces su conquista por la vía legal, como su gratuidad, son la autodeterminación de la mujer sobre su propio cuerpo. La maternidad entonces será algo deseado o no será. Consiguiendo de esta forma la preciada libertad que asegura el aborto per se. Una postura de talante liberal e individualista, paradójicamente abrazada por sectores de izquierda.

El embarazo, entonces, ya no es una de las tantas posibilidades que puede tener una mujer en su vida, sino que se encuentra sujeto al deseo y al arbitrio de la mujer, el medio que otorga esta posibilidad es el aborto, y es por ello que todos los que se oponen son los que: “¡Obligan a parir!”.

De esta manera, habiendo empatizado y comprendido el trasfondo de esta afirmación, podríamos seguir el camino lógico de demostración por el absurdo a H le decimos no-H, que sería entonces “¿No parir?” Porque ante el grado avanzado de desarrollo del embarazo, estábamos hablando de un feto viable, al cual se le pedía a toda costa su muerte. No importaba ya, si estaba desarrollado, si podía sentir dolor, si podía sobrevivir horas fuera de la madre, sólo importa que “no se obligara a parir”. Y es ahí cuando vemos una profunda desviación de la escala de valores donde ya no importan las vidas, e incluso si el mismo aborto no sería contraproducente para la misma niña-madre, se propinó que sí o sí debe darse término al embarazo.

Sucede que, como hay una exacerbación del sentido de la libertad por sobre la vida, estas acciones se justifican. No obstante, esta postura produce una disrupción cuando los mismos que las respaldan, luchan contra la violencia física y sobre todo sexual, hacia las mujeres y niñas/os, como víctimas de un sistema patriarcal que institucionaliza su posición de inferioridad y desconocimiento, donde sólo es válido el deseo de una maternidad “deseada” en cualquier circunstancia, incluso si esta maternidad deseada acomete y pone en peligro a la madre-niña y la bebé.

De hecho se dio término al embarazo -y si se quiere una “interrupción” del mismo-, se practicó una cesárea y hubo una expulsión del feto de la madre, pero para suerte de estos sectores radicalizados que siguieron  expresando su indignación, no se completó una parte del asunto y esto es, lo que significa no parir: la muerte de la bebé de seis meses de gestación.

He aquí que se da una paradoja, porque para lamento de algunos, la madre-niña dio luz a una mujer. La cuestión ética estriba entonces ¿qué valores sostenemos que llevan a que ataquemos lo que decimos defender?

Me resulta insoslayable no recordar a Hannah Arendt con su criterio de natalidad, en el que cada ser nuevo que viene es una esperanza para crear cosas nuevas, y por qué no pensar que esas cosas nuevas pueden ser mejor si los contextos son mejorados, y siguiendo un camino lógico a la última pregunta que planteamos, podemos volver a repreguntarnos: ¿Qué ideales debemos abrazar, paro que nos lleven a alcanzar lo que buscamos, sin destruir lo que pretendemos defender?


En este sentido me desmarco de posturas a favor de la vida intrauterina que atacan las tres causales penales. Las cuales acepto como opciones e indefectibles. El uso por mi parte de esta denominación no obedece al capricho sino al reconocimiento de nuestras mismas leyes en torno a la vida intrauterina, la cual es financiada por la red de clínicas abortistas Planned Parenthood. Fuente: https://www.eldisenso.com/informes/ippf-un-huesped-oculto/.

Puedo generar empatía con violadores, asesinos, santos, iluminados… y comprender sus puntos de vista no quiere decir que deba aceptar sus puntos de vista, y tomarlos como moralmente aceptable, por eso la empatía, no dice si algo está bien o mal.

Resulta interesante la posición de Rita Segato, en su feminismo decolonial, cómo ve el cuerpo de la mujer como un territorio que se avasalla sistemáticamente por parte del sistema colonial-moderno-patriarcal y capitalista que atenta a la dignidad humana y de las mujeres, siendo consecuentemente  el aborto la posibilidad de la liberación de la mujer de la opresión sistemática que sufre ella y la naturaleza, un fundamento para el eco-feminismo, que sostiene que en la medida que se conquisten “derechos” para las mujeres, también cambiará nuestra relación con la Tierra.


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