A lo largo de la historia, ciertas prácticas dentro del ámbito religioso han sido condenadas como herejías o pecados graves, tanto por su implicancia espiritual como por su impacto institucional. Una de ellas es la simonía, un tema que cobra relevancia en la película 'Cónclave', dirigida por Edward Berger, al abordar la corrupción interna de la Iglesia Católica en el contexto de la elección papal.
**DEFINICIÓN Y ORIGEN**
La simonía, dentro del cristianismo, se define como la “deliberada voluntad de comprar o vender por un precio temporal una cosa espiritual”. Con raíces en el relato de los Hechos de los Apóstoles, la simonía tiene su origen en Simón Mago, quien intentó comprar el poder espiritual de San Pedro con fines personales, marcando así el inicio de esta condenable práctica.
**IMPACTO EN LA IGLESIA**
La simonía representa la mercantilización de lo divino, atentando contra la integridad de los sacramentos y las funciones espirituales en la Iglesia. Según la Enciclopedia Católica Digital, se considera un pecado específico que implica la profanación de lo sagrado a través del comercio, siendo altamente ofensivo para los principios cristianos.
**REFLEJO EN LA PELÍCULA**
En 'Cónclave', la simonía es un eje central, evidenciando la fragilidad humana dentro de una institución milenaria. El personaje del cardenal Tremblay es retratado como protagonista de corrupción al comprar votos y lealtades, transgrediendo las normas del cónclave y desatando un escándalo que pone en riesgo la credibilidad de la elección papal.
**TIPOS Y SANCIONES**
Dentro del análisis jurídico-teológico, se distingue entre simonía de derecho divino y eclesiástico, ambas consideradas como delitos en el derecho canónico. Mientras la primera implica la conmutación directa de bienes espirituales por beneficios temporales, la segunda engloba intercambios ilícitos entre elementos espirituales y temporales, reflejando la naturaleza corrupta de esta práctica.
Desde el Canon 1380 al Canon 1381 del Código de Derecho Canónico, se establecen sanciones para quienes participan en actos de simonía, tales como la suspensión o entredicho para aquellos que celebran o reciben sacramentos de forma corrupta. En resumen, la simonía, tanto en la realidad como en la ficción, sigue siendo un pecado imperdonable que cuestiona los cimientos éticos de la fe y la jerarquía eclesiástica.