En un barrio pobre de Pakistán, los padres esperan con ansiedad los resultados de los análisis sanguíneos de sus hijos para ver si han contraído el virus VIH como cientos de personas de la región, al parecer porque un médico usó en repetidas ocasiones una jeringa infectada. El pánico es tal que se ha enviado a la policía al lugar para mantener el orden entre la muchedumbre agolpada en el centro de análisis de Wasayo, cerca de la ciudad de Larkana, en la provincia de Sind.
La ira y el miedo se palpan en esta aldea golpeada por la epidemia. Las autoridades dicen que no saben si se debe a una negligencia grave o a prácticas malintencionadas de un pediatra. Según cifras oficiales, más de 400 personas, entre ellas muchos niños, dieron seropositivos durante las últimas semanas en la zona. “Llegan decenas”, afirma alarmado un médico del centro de diagnóstico, escaso en personal y equipamiento. Mukhtar Pervez está pendiente de los resultados. Espera que el reciente brote de fiebre de su hija no sea un indicio de que ha contraído el virus. Otros han recibido la noticia que tanto temían. Nisar Ahmed entra apresurado en la clínica en busca de medicamentos para su hija de un año, que dio positivo hace tres días. “Maldigo al responsable de la infección de todos estos niños”, afirma, furioso.
Pakistán estuvo considerado durante mucho tiempo como un país con un índice bajo de sida. Pero el virus se propaga a gran velocidad, sobre todo entre los toxicómanos y las personas que ejercen la prostitución. Con unos 20.000 nuevos casos de seropositivos en 2017, el ritmo de propagación de la enfermedad en Pakistán es el segundo más alto de Asia, según estadísticas de la ONU. El país, cuya población no para de crecer, está falto de infraestructuras médicas y las zonas rurales están expuestas a prácticas médicas poco ortodoxas.
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