Cuatro presos que participaron de la pelea entre bandas rivales que terminó en una masacre en la cárcel brasileña de la localidad de Altamira, en el norte de Brasil, fueron encontrados muertos este miércoles en un vehículo del servicio penitenciario que los trasladaba a otro presidio.
Los presos pertenecían a una misma banda delictiva. Estaban esposados y presentaban indicios de haber sido asfixiados, de acuerdo a la Secretaría de Seguridad Pública del estado de Pará, que informó que las muertes se produjeron en la noche del martes, cuando el vehículo en el que eran transportados se encontraba en una ruta entre dos remotos municipios.
El vehículo trasladaba a otros 26 detenidos a un presidio de la capital estatal, Belém, donde todos serían sometidos a condiciones de aislamiento. Las muertes, que se suman a las de 58 presos que fueron asfixiados o decapitados el lunes en la cárcel de Altamira, ocurrieron en una nueva pelea entre detenidos, de acuerdo a las autoridades del estado.
Los presos de Altamira son transferidos a otro penal./ AFP
En total, 46 presos del Centro de Recuperación Regional de Altamira, donde se produjeron los violentos combates entre detenidos, fueron sacados de ese complejo de detención y trasladados, 16 por avión y 30 por vía terrestre. Las transferencias fueron decididas tras la masacre entre internos.
«Fueron cómplices en el combate entre bandas delictivas. Durante el transporte estaban esposados, divididos en cuatro celdas. La capacidad de las celdas era para hasta 40 presos, y 30 eran transportados. El Estado no posee camiones con celdas individuales”, informó el gobierno de Pará.
Vista exterior del Centro de Recuperación Regional de Altamira luego de la masacre./ EFE
La más reciente masacre en una cárcel brasileña se produjo luego que líderes de la banda delictiva conocida como Comando Clase A prendieron fuego un pabellón en el que se encontraban internos del Comando Rojo (CV, por sus siglas en portugués). Durante cinco horas de descontrol 41 presos murieron asfixiados y otros 16 tuvieron sus cabezas cercenadas por otros internos. Luego, en la tarde del martes, las autoridades que recuperaron el control del penal encontraron otro cuerpo carbonizado entre escombros.
Videos con imágenes de internos pateando cabezas cortadas de otros presos como si fueran pelotas de fútbol fueron obtenidos por la TV local Record. Para las decapitaciones fueron usadas armas artesanales, facas y machetes.
Familiares de presos muertos asisten a los entierros./ Reuters
Fue la mayor masacre ocurrida en una cárcel brasileña en lo que va del año. En mayo, 55 personas detenidas fueron muertas en distintas prisiones del estado de Amazonas, también por enfrentamientos y brutales ajustes de cuentas entre presos. Algunas víctimas fueron asesinadas asfixiadas y otras murieron perforadas con cepillos de dientes, en algunos casos delante de familiares que los visitaban.
Las escenas de barbarie se están tornando habituales en los superpoblados presidios de Brasil. Sólo en el estado de Pará hay una vacante en el sistema penitenciario cada 1,7 detenidos. El antiguo Centro de Recuperación Regional de Altamira está superpoblado y en pésimas condiciones, según el Consejo Nacional de Justicia (CNJ), que vela por el funcionamiento del Poder Judicial del país.
Datos del CNJ que difieren de los del gobierno de Pará indican que la cárcel de Altamira tenía capacidad para 163 presos y albergaba hasta el lunes 343, con baja presencia de agentes penitenciarios.
Un hombre muestra la foto de su familiar mientras espera ingresar al Instituto Médico Legal para saber si está entre las víctimas de la masacre./ EFE
Brasil tiene una población carcelaria de unas 754.000 personas, la tercera mayor del mundo, con un sistema preparado para albergar 415.960 presos. Alrededor de un 40% de los detenidos no tiene condena. Además, menos de un quinto estudia y sólo uno de cada ocho trabaja. Muchas unidades penales son consideradas, además, verdaderas bombas epidemiológicas, con tuberculosis y enfermedades de transmisión sexual en altos niveles.
Autoridades, investigadores y expertos en temas de seguridad pública afirman que las prisiones brasileñas son ampliamente controladas por organizaciones delictivas que actúan, ramificadas, en todo el país.
Esas bandas cometen habitualmente dentro de las cárceles homicidios con decapitaciones y otras torturas. Alrededor de un millón de personas entran y salen cada año de las cárceles de Brasil, como una puerta giratoria que se mueve a ritmo frenético y crea nexos estables y fluidos entre los centros de detención y las periferias de las ciudades del país.
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