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El Servicio Militar Obligatorio, conocido popularmente como «la colimba», marcó a generaciones de jóvenes argentinos desde su implementación en 1898 hasta su abolición en 1994. Para muchos, fue una escuela de vida, donde la igualdad, el aprendizaje y el contacto con otras realidades jugaron un papel transformador.
La colimba igualaba. En sus filas, las diferencias sociales se desdibujaban: el rico junto al pobre, el instruido al lado del analfabeto. Todos vestían igual, comían lo mismo y obedecían de la misma forma. Era un sistema que no hacía distinciones y que obligaba a todos los reclutas a convivir en condiciones similares, forjando así un sentido de pertenencia colectiva.
La experiencia personal de la colimba
Un relato vivido por Eduardo Javier Mundani Osuna, quien realizó la colimba en 1984, destaca cómo esta experiencia le permitió descubrir realidades hasta entonces desconocidas. Eduardo, un joven de clase media instruido y maestro de inglés, compartió carpa con Hugo, un carrero que vivía en una villa de Lugano. A través de esta convivencia, Eduardo conoció un mundo que le resultaba ajeno, pero que estaba a solo media hora de su casa en colectivo.
En una jornada de franco, Hugo lo invitó a su hogar. Eduardo relata cómo fue recibido en una humilde casilla de chapa con piso de tierra, donde la luz del sol se filtraba por agujeros que también dejaban pasar el frío y la lluvia. La experiencia le permitió comprender las dificultades que enfrentaban miles de familias argentinas y apreciar la resiliencia de quienes vivían en condiciones adversas.
La función social de la colimba
El Servicio Militar Obligatorio cumplió un rol que iba más allá de la formación militar. Fue una herramienta para diagnosticar la realidad social del país, permitiendo conocer el estado de salud y las necesidades básicas de los jóvenes. La colimba fue, para muchos, una primera escuela: allí se enseñaba a leer y escribir, a mantener hábitos de higiene personal y a valorar la importancia de la familia y el hogar.
Asimismo, promovía el civismo, inculcando respeto por los símbolos patrios y una escala de valores que priorizaba la disciplina y la responsabilidad. Para algunos, era una oportunidad única para salir de la pobreza extrema y aprender habilidades básicas para la vida cotidiana.
Un debate vigente
El legado de la colimba sigue siendo tema de debate en la Argentina contemporánea. Sus defensores destacan su capacidad para unir y educar a jóvenes de diferentes contextos, mientras que sus detractores critican las condiciones de entrenamiento y el enfoque autoritario de la disciplina militar. Sin embargo, relatos como el de Eduardo Mundani Osuna subrayan que, más allá de sus luces y sombras, la colimba dejó una marca imborrable en quienes pasaron por sus filas.
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