Una investigación histórica, de la que dio cuenta el diario británico The Guardian, mostró cómo en el medioevo la disciplina de la castidad en la Iglesia católica era burlada por mujeres religiosas que querían ejercer su derecho a la sexualidad. Una actitud que obtiene el grado de actualidad cuando sectores mismos de la religión vaticana demandan alivianar la regla del celibato.
El caso de la monja fugitiva que ocupa a esta nota corresponde a un momento de sosiego y castidad en la Inglaterra del siglo XIV de nuestra era, más precisamente, en el año 1318 después de Cristo, y sucedió en el Condado de York, más exactamente en su capital del mismo nombre, una ciudad amurallada al noroeste de la isla. Una ciudad que fue escenario de batallas y que luego se convirtió en una zona apaciblemente rural, en la que la Iglesia Católica tuvo grandes influencias y llegó a construir una grandilocuente catedral en cuya órbita se encontraba el Convento de San Clemente, donde tuvieron lugar extravagantes acontecimientos.
El medioevo, que abarcó varios siglos, tuvo varias épocas con sus propias características, algunas más luminosas y, otras, siniestras. Tal vez por eso se haya llamado «edad oscura» al período más hostil hacia las masas. Una era en la que el acceso al conocimiento –con las restricciones que ello implica– estaba en manos de la Iglesia católica, cuyos sacerdotes, monjes y frailes eran los custodios de las bibliotecas que albergaban libros escritos a mano. Años en los que la peste bubónica aniquilaba a millones por la expansión continental de las ratas. En los que la mujer no sólo era considerada un ser sin alma, sino que aquellas que se rebelaban contra esa caracterización y ejercían desde los remedios caseros para curar a los suyos hasta la libre sexualidad eran consideradas brujas, hechiceras que habían pactado con el demonio, y que ocasionaron un genocidio gigantesco promovido por la Iglesia. (La estudiosa italiana Silvia Federicciatribuye, a grandes rasgos, esa ‘caza de brujas’ continental y sangrienta a las tribulaciones que el tránsito hacia del feudalismo al modo de producción capitalista producía).
Una era que fue testigo del nacimiento de las ciudades, que permitían entonces el caos donde se conjugaban el comercio, la incipiente industria, las masas campesinas que se transformaban en urbanas y grandes poblaciones que promovían el contacto espontáneo de los cuerpos. Si el Decamerón de Giovanni Bocaccio mostraba ese gozoso juego sexual que se expandía en la Edad Media en las vivas regiones que se convertirían en Italia, con más mesura Los cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer los señalaban en la isla de la Gran Bretaña. Para que el capitalismo pudiera crear su propia disciplina, era necesario aligerar el mencionado caos. Esas las circunstancias que le tocaron a nuestra monja fugitiva.
Al clasificar los incunables medievales de la biblioteca de la Universidad de York, un grupo de historiadores ingleses encontró en los márgenes de uno de los 16 libros de registros usados para registrar los negocios de los arzobispos de York entre 1304 y 1405 unas notas escritas en latín, según informó The Guardian. «Alertar a Joan de Leeds, hasta hace poco monja en la casa de San Clemente de York, que debe retornar a su hogar», había escrito el arzobispo William Melton en 1318. Luego, al escribir un informe al deán de Beverley sobre un «rumor escandaloso» que el propio deán había escuchado en el marco del arribo de la monja benedictina Joan, Melton le explicó que la religiosa «había dejado imprudentemente la propiedad de la religión y la modestia de su sexo».
Melton acusaba a Joan de tener «una mente maliciosa que había simulado una enfermedad corporal para luego simular que estaba muerta, sin temer por la salud de su alma y con la ayuda de numerosas cómplices, hacedoras del mal, y que con malicia premeditada elaboraron un maniquí similar al cuerpo de Joan con el objetivo de engañar a los fieles devotos. Ella no tuvo vergüenza en procurarse un entierro en el espacio sagrado entre los religiosos del lugar». Se ve que al arzobispo no le había caído nada bien la travesura mortuoria de Joan.
El arzobispo Melton continuaba su enojado relato: «De una manera astuta y nefasta, después de haberle dado la espalda a la decencia y el bien de la religión, seducida por la indecencia, se involucró irreverentemente y pervirtió arrogantemente su camino de vida conduciéndola hacia la lujuria carnal y lejos de la pobreza y la obediencia y, habiendo roto sus votos y descartado el hábito religioso, ahora deambula sin límites ante el notorio peligro para su alma y el escándalo de toda su orden». La monja fugitiva había logrado escapar no sólo del convento, sino también del celibato y, por la descripción que hacía el arzobispo, Joan parecía feliz.
No era el único caso. Una tal Cecily, encontraron los estudiosos en los márgenes de otro libro, se encontró con «ciertos hombres» en la puerta del priorato que montaban un caballo y Cecily «abandonando el hábito de monja, se puso otra túnica y se fue con ellos a Darlington, donde Gregory de Thornton la estaba esperando, y con él vivió tres años o más». Las fugas de la disciplina, se ve, no eran infrecuentes. Ya en 1315 el mismo arzobispo Melton, según los registros del Priorato de San Clemente, había condenado a Isabella de Stodley, que había sido admitida como monja el 2 de noviembre de 1315, por ser culpable de apostasía y «dejar caer su cuerpo», «entre otros excesos». Había sido enviada a penar sus culpas a Yedingham hasta el 30 de agosto de 1331, cuando regresó al convento bajo la admonición de ser castigada severamente si desobedecía la disciplina del lugar.
Mientras se realiza el debate sobre los abusos sexuales en la Iglesia continúa, estos documentos podrían ayudar a pensar si no es posible que el celibato impuesto antinaturalmente a los miembros de las órdenes católicas produzca una represión que podría convertirse en perversión más fácilmente. Esta pregunta no se la hacía Joan, ingeniera de fuga, simuladora de muerte y enterradora de muñecas, todo con el objetivo de permitirse una vida más plena que incluyera el uso de su cuerpo y su sexualidad.
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