A más de ocho mil metros bajo la superficie del océano, en la oscuridad total de las profundidades marinas, reposa uno de los pilares más frágiles y menos protegidos de la infraestructura global: los cables submarinos. Apenas del grosor de una manguera de jardín, invisibles para la mayoría, estos cables de fibra óptica transportan el 99 % del tráfico mundial de datos. Sin ellos, las transacciones financieras internacionales se detendrían, las videollamadas se interrumpirían, los mercados colapsarían y los ejércitos modernos quedarían sin comunicaciones seguras.
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cada vez más en la mira
de potencias militares, grupos criminales y actores estatales. Un informe de la firma de ciberseguridad Recorded Future reveló que los ataques deliberados a cables submarinos están en aumento, impulsados especialmente por tácticas de guerra híbrida desarrolladas por Rusia y China.
En paralelo a este aumento en el número de incidentes sospechosos de sabotaje o manipulación, las autoridades europeas detectaron la presencia cercana de un buque chino, el Yi Peng 3, que había apagado su sistema de identificación AIS y se desplazaba en zigzag sobre zonas sensibles. Este tipo de patrón se repitió semanas más tarde frente a las costas de Noruega y de Taiwán. La comunidad de inteligencia occidental empezó a hablar entonces de una campaña coordinada, silenciosa, destinada a mapear y, eventualmente, interrumpir puntos estratégicos de la red de cables que conecta al mundo.
La vulnernabilidad de los cables submarinos es evidente, ya que su reparación es costosa y lenta: un solo cable puede tardar semanas en ser restaurado, especialmente si se encuentra en aguas profundas o en zonas de difícil acceso diplomático. Este riesgo ha llevado a que algunos países destinen fondos para la vigilancia submarina, incluyendo el uso de drones autónomos, sensores de fibra óptica y patrullas navales.
La fragilidad de esta red global, tejida bajo los océanos durante décadas, refleja también una paradoja de nuestro tiempo. Cuanto más interconectados estamos, más vulnerables nos volvemos. En tiempos de paz, un fallo puede ser una molestia; en tiempos de guerra, puede ser una sentencia.