Alegatos contra las Feministas con comportamientos Feminazis

«El movimiento MeToo (y otros) han establecido dos pseudoverdades: a) que las mujeres son siempre víctimas; b) que las mujeres nunca mienten. En función de la segunda, cualquier varón acusado es considerado automáticamente culpable. Esta es la mayor perversión imaginable de la justicia, la misma que llevaron a cabo la Inquisición y los totalitarismos al mundo». Esto publicaba El País, de España, a comienzos de febrero de 2018, a modo de editorial, mucho antes de que las Actrices Argentinas iniciaran su acusación contra Juan Darthés, en principio, y a todo lo que huela a sexo opuesto, después.

Cuando las integrantes de los movimientos feministas argentinos se ofenden al ser calificadas con el neologismo «feminazis», es porque no aceptan que las comparen con aquel autoritarismo, y sin embargo el diario español emparenta esta campaña de acusaciones y escraches, con las reconocidas prácticas (en ese sentido) «que llevaron a cabo la Inquisición y los totalitarismos, el franquismo y el nazismo y el stalinismo y el maoísmo y tantos otros». 

Aunque parezca una mera anécdota, algunos empresarios de Catamarca comentaron por lo bajo, en estos días, el temor que les genera por estos días contratar mujeres, por esta deliberada «caza de brujas» (brujos, en este caso), donde cualquier empleada suspendida o despedida de su trabajo, sólo por incumplimiento o mal desempeño, los dejaría expuestos a la posibilidad de ser denunciados (por venganza o despecho) de alguna falsa acusación de abuso por parte de ellos, con el escrache en las redes primero, y la imposibilidad de probar su inocencia ante la Justicia más adelante.

Porque, en ese artículo publicado en El País, también se deja en claro que «en vez de ser el denunciante quien debía demostrar la culpa del denunciado, era éste quien debía probar su inocencia, lo cual es imposible. (Si a mí me acusan y la mera acusación se da por cierta, yo no puedo demostrar que no lo hice, salvo que cuente con coartada clara.) De hecho, en esta campaña, se ha prescindido hasta del juicio. Las redes sociales (manipuladas) se han erigido en jurados populares, son la misma muchedumbre que exigió la ejecución de Jesús y la liberación de Barrabás en su día».

La guerra parece estar declarada. Para algunos, mayormente para quienes simpatizan con «el colectivo» de denunciantes seriales, se trata de una «revolución», y justifican las injusticias bajo el argumento de que «en toda revolución hay víctimas inocentes». Así como «en una guerra la primera víctima es la verdad», en esta pretendida «revolución», también. Y peor aún: la primera verdad que queda oscurecida, es la de una verdadera víctima de abuso, que ante el show mediático, los escraches masivos, y la venta de remeras con la inscripción «Mirá cómo nos ponemos», queda bajo sospecha de ser «una difamadora más», como aquella chica de Bariloche que mintió sobre un abuso y generó una tragedia. En las últimas horas, una feminista «festejó» el suicidio del adolescente Agustín Muñoz, tras esa falsa acusación, esgrimiendo que “es así, el fin justifica los medios. Si para capturar a miles de violadores tenemos que escrachar a unos cuantos pibes “inocentes” (aún si se suicidaran) pues es un precio a pagar. Se sacrifica una vida para salvar muchas, muchas, las cuales, son más valiosas”. Para otros, el feminismo es, por estos meses, sólo una moda. Pero, en realidad, parece una guerra sucia.

La peor dictadura de la historia argentina, entre 1976 y 1983, utilizaba los mismos argumentos: «El fin justifica los medios». Por eso, si de diez secuestrados, torturados y asesinados, había cinco inocentes, aquellos militares daban por cumplida su macabra misión, aunque entre las víctimas se perdieran niños y ancianos incapaces de ser guerrilleros. Lo curioso, es que muchos defensores de los Derechos Humanos, en su enorme mayoría de la izquierda argentina, levantaron entonces la bandera contra esta metodología, y ahora la levantan a favor de la misma. Contradicciones e incoherencias que siempre fueron propias de la izquierda en nuestro país. Hasta el primer jefe de la Policía Federal, en el gobierno de Raúl Alfonsín, el comisario Juan Pirker, era más democrático cuando aseguraba que en la lucha contra la delincuencia era preferible cien sospechosos libres, que un inocente preso. Aquel policía inculcaba el valor de la libertad, en tanto que ahora estos movimientos sociales desprecian el valor de la vida. Nada más y nada menos. Para muchas de ellas, parece que está bien muerto Agustín.

Si embargo, el Colectivo Actrices Argentinas, como en su momento Ni Una Menos, y en el medio las mujeres de los Pañuelos Verdes pro aborto, tienen entre sus opositoras más furiosas, precisamente, a otras mujeres, que no dejan pasar ocasión en las redes sociales para diferenciarse, salir al cruce y dejar en claro que estos movimientos «nos nos representan para nada». Entre esas mujeres, emergió en los últimos días la figura de la abogada Débora Huczek, especialista en Derecho Penal, quien realizó una columna para el diario Clarín, dejando en claro su postura, al asegurar que «el escrache, es la inquisición del siglo XXI».

Huczek, de entrada, afirma: «Declaro que me animo a pensar distinto. Me opongo a toda forma de dominación intelectual, que coarte mi libertad de pensamiento. No creo que, porque sean muchos los que digan lo mismo, yo también me tenga que sumar. Por más noble que sea el motivo, no me olvido del método. Es innegable que existe la violencia masculina y lucho a diario por aquellas mujeres que la han padecido, para que obtengan justicia y la reivindicación de su dignidad. Soy implacable en ese objetivo. De hecho, jamás representaría a un violador».

Una vez aclarado ese punto, la abogada expresa: «Sin embargo, mi experiencia profesional me ha demostrado que las mujeres también mienten. La honestidad no es una cuestión de género, sino de identidad, una verdadera elección. Estoy llevando causas de hombres que son víctimas de los movimientos feministas, de mujeres que utilizan cualquier pretexto basado en el género para difamar.  Estos hombres, víctimas de falsas acusaciones, deben lidiar en los Tribunales para reivindicar su honor. Luego de haber sido públicamente humillados sólo por ser hombres, por pensar distinto. Porque ahora ninguno puede hablar sin temor a ser catalogado como misógino. Si no me creen, miren a diario los medios de comunicación. Ya no hay versiones que confrontar y se impone una verdad absoluta, sin importar lo que determine la Justicia».

La letrada, como cualquier persona medianamente informada y con pensamiento crítico, apunta a los medios de comunicación, porque desde los principales a nivel nacional se puede percibir la manipulación que pretenden ejercer sobre la opinión publica. La inocencia les valga a quienes desconocen que, una mayoría de periodistas de los principales canales, radios y diarios, son parte de estos colectivos, marcando tendenciosamente la agenda informativa hasta la saturación, con material que avale y justifique cualquier linchamiento en nombre de la justicia por mano propia y ante la supuesta ausencia de una verdadera Justicia de tribunales. No es nuevo, y no hay que ser muy avezado, para conocer que desde hace tiempo, al periodismo le gusta jugar el rol de fiscal y juez. Rápido para acusar con títulos catástrofe cuando imputa a alguien con indicios, y remolón para salir a pedir disculpas cuando se comprueba que estaba equivocado.

En ese sentido, Huczek continúa diciendo: «A muchos hombres se los acusa de abusadores o de violentos sin pruebas. Y quienes lo hacen, saben que es la peor acusación que un hombre puede recibir y juegan con eso. Se los escracha, se los estigmatiza. Y quienes lo hacen se desinteresan del daño que les causan a ellos y a las mujeres que los rodean (hijas, esposas, madres, hermanas, compañeras). Estos hombres, hoy, pierden sus vínculos, sus trabajos, sus familias. Y cuando la condena social llega, no hay marcha atrás. Se acude a la Justicia y por más que esta les de la razón, ya nunca más serán los de antes. Y no hay reparación suficiente que pueda pagar tamaño daño. Creo que la sociedad debiera ser más respetuosa de las garantías, de las leyes y la Justicia. Porque también soy mujer, también estuve vulnerable, también necesité luchar y salir adelante. Pero lo pude hacer porque jamás permití que ningún hombre se apoderara de mi dignidad y me utilizara como un objeto».

En un llamado a utilizar el sentido común, la abogada (cuya publicación fue celebrada por muchos foristas de Clarín), agrega que «el escrache no tiene grandes diferencias a la inquisición de siglos pasados. Es la hoguera del siglo XXI y por lo tanto es un abuso de poder, al que se suman muchos que siguen el clamor popular, inspirados por el poder de turno, para alcanzar la rama, prender la mecha e incentivar el fuego que arderá sobre alguien. Yo no quiero ser quien sume odio, no quiero ser quien prenda la llama, ni siquiera quien sume una pequeña chispa».

Los medios instalaron, además, una verdad a medias, por ser generoso y no definirla como una mentira a todas luces: que estos movimientos están integrados por una mayoría. Que griten y hagan alboroto, no significa que conformen un número incuestionable de adherentes a sus causas. Basta con leer publicaciones en las redes sociales, o repasar los comentarios al pie de cada nota publicada por algún diario digital, para desmentir esta imposición. Son una minoría, y como tal hay que respetarla, mientras esa minoría respete a quienes no coinciden con sus ideales o metodologías. El problema, es el mesianismo que domina a quienes conforman estos colectivos, porque al verse cercados por argumentos (de abogados, médicos o profesionales de cualquier otro rubro), inmediatamente apelan al insulto y la descalificación, pretendiendo ser dueños de una verdad revelada. No conocen la duda ni los grises, y por la escasa formación profesional de quienes encabezan mayormente sus manifestaciones, no tienen otro recurso que apelar al absolutismo: «todo lo que yo digo es verdad, porque lo digo yo». Así se conducen por la vida.

Finalmente, vamos a citar a dos «ciudadanos comunes», que a través de sus cuentas de Facebook pudieron hacer uso de un espacio para comentar el artículo de la abogada Huczek, quizá ante la imposibilidad de disponer del tiempo (para nada «tirano») que utilizan las actrices y periodistas en los medios amigos para abrumar con sus mensajes:

Marcela Castillo: Soy mujer muy femenina. No Feminista. Estudié. Trabajo y gano igual o más que cualquier hombre. Siempre me respetaron y valoraron en los trabajos y en la vida, y jamás necesité de ser representada por estas mujeres. Valoro y respeto al Hombre que es una de las cosas mas bella que hizo Dios (después de la Mujer).

Santiago Muros Cortés: Lo expresado en esta nota, junto con la opinión mayoritaria de la sociedad, denota la gigantesca brecha que existe entre los medios de comunicación y los movimientos feministas, y el resto de la sociedad. El atropello al sentido común, la censura y el autoritarismo que estamos viviendo hoy en día, va a ser motivo de estudio en los años por venir. ¿Cómo la agenda pública se permitió llegar al extremo de ser dominada por estos movimientos ideológicos? Es algo sobre lo que tendremos que reflexionar durante años.