Todos hemos visto las películas del oeste americano donde, tanto los nativos como los cowboys iban montados en preciosos caballos Cimarrones o Mustang. Pero igual no todos saben que esos caballos no eran autóctonos de esas tierras, sino que llegaron en el siglo XVI y XVII gracias a los españoles.
Hay algunas teorías que aseguran que hubo caballos en América hace unos 15.000 años, pero llegaron a extinguirse y lo que sí es cierto es que volvieron allí, muy cambiados, con los españoles. Por ello, ningún investigador discute que, cuando los conquistadores llegaron al nuevo mundo, no había caballos en América.
En Europa el caballo había sido un elemento esencial en la vida y, especialmente, en la guerra. Sin ir más lejos, la Edad Media no se comprende sin la caballería. En América, en cambio, no había caballos entonces y cuando los conquistadores españoles comenzaron su alucinante aventura de descubrimiento y conquista, solicitaron a los reyes españoles que autorizaran el envío de algunos animales ya que consideraban que la importancia de los caballos para el control de los territorios americanos descubiertos era indudable, y también muy necesarios para otras labores y poco a poco fueron ganando terreno, llegando a tener presencia de norte a sur.
Todo empezó tal día como hoy, 23 de mayo de 1493, cuando los Reyes Católicos escribieron desde Barcelona a su secretario Fernando de Zafra para que “entre la gente que mandamos ir en la dicha armada, hemos acordado que vayan veinte lanzas jinetas a caballo, por ende vos mandamos que entre la gente de la Hermandad que están en el reino de Granada escojáis las dichas veinte lanzas, que sean hombres seguros fiables y que vayan con buena gana, y los cinco de ellos lleven dobladuras (esto significa dos caballos cada uno o cabalgaduras de recambio), y que las dobladuras que llevaren sean yeguas”
Estos caballos llegaron a América gracias a Cristóbal Colón quien, en su segundo viaje,
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